martes, 7 de octubre de 2014

JUANITA CUENTA SU HISTORIA


JUANA ESCOBAR
Hola: soy Juanita Escobar, soy campesina boyacense, nací y crecí como una flor en el campo. Por mis atributos y dones personales, el destino me convirtió en una mujer útil y grande de la independencia. Por eso tan pronto como los primeros rayos de la luz tan promisoria alumbraron mi tranquila y apacible estancia, cuando oí los primeros rumores de liberación, me transformé de inmediato en patriota activa, resuelta y abnegada.
Sobre mi aspecto físico te puedo decir que soy ligeramente morena, más bien trigueña, mi estatura, ni grande ni pequeña.  Ojos negros, grandes, dulces y serenos como la superficie tranquila de un lago, soñadores, vivos y profundos, de un intenso fulgor romántico, enmarcados por cejas negras y tupidas,  ribeteados por largas pestañas naturalmente encrespadas. Mi cabello intensamente negro, es abundante y siempre dividido en dos trenzas que caen sobre mi espalda. Pero lo que más me gusta de mi rostro son los hoyuelos que se me formaban al reír, en cada una de mis mejillas, irradiando bondad y simpatía incomparables.
En los años de la independencia yo  fui comisionada para servir de espía en los movimientos del general español Barreiro,  en los días anteriores a la batalla del Pantano de Vargas. En algunas ocasiones para ayudar en la campaña libertadora llevaba mensajes que me aprendía de memoria a la división de retaguardia, en la cual venia el Libertador. En uno de esos viajes fui capturada por una patrulla española, me llevaron a presencia de Barreiro, quién me ofreció perdonarme la vida si le decía el sitio donde se hallaban los patriotas y su número.
Yo no quise decir nada. Entonces me llevaron a los Corrales de Gámeza, en donde había treinta y siete llaneros, capturados por las avanzadas enemigas. Barreiro ordenó, que  junto a todos fuésemos atados espalda con espalda. Luego, fuimos  atravesados con  lanzas.
Lo cierto es que el final de mi existencia fue, el día 10 de julio de 1819 y manos cariñosas y amigas me llevaron al cementerio antiguo  de Corrales, que quedaba junto al río, donde me dieron  allí honrosa y cristiana sepultura.

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